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jueves, 26 de mayo de 2011
VUELVE PRONTO SUPER POR JULIO CESAR IGLESIAS
Todos los desperfectos del deporte, nuestro último juguete, provocan un vacío que se clava en la barriga como una zarpa y duelen sobre un mismo lugar: la boca del estómago. Algunos, el descenso del Almería y del Hércules, nos han afectado particularmente por el recuerdo a los espectadores que pusieron la fe y a los futbolistas que pusieron su esfuerzo. Otro, la despedida del Dépor, un equipo que durante dos décadas estuvo en la médula de los campeonatos, nos ha dolido en el lugar que correspondía: la médula de los huesos. Aunque sabemos que su ausencia es provisional, merece al menos el homenaje de la memoria.
Para muchos aficionados, el Deportivo representó el buen gusto. Bajo la inspiración del Presidente Lendoiro, un navegante muy gallego cuyas preferencias no reparaban en estilos ni fronteras, buscaba indistintamente sus estrellas azules en caladeros españoles o brasileños. Cada nueva temporada solía sorprendernos con dos buenas noticias: un fútbol imaginativo y una nómina de jugadores que, si bien estaban unidos por el conocimiento del oficio, eran ejemplares únicos.
Ese tacto para distinguir a los futbolistas especiales le permitió descubrir figuras de distinto cuño que sabían interpretar el juego según todos los colores y matices de la escala. Con Bebeto, el brillo eléctrico, había incorporado el instinto goleador en su versión más depurada. No era propiamente un atleta; por su musculatura ligera parecía más un papamoscas que un águila, pero con su agilidad de pajarito y sus botas afiladas cazaba los balones al vuelo. sus goles demostraron la supremacía moral del ingenio: sobre la fuerza del peso, la fuerza de la inspiración. En cambio, potente como un dique, Mauro Silva, el brillo metálico, fue un aliviadero a cuyo alrededor giraba el fútbol del equipo en una espiral continua. A juzgar por su sentido de la orientación, tenía una brújula en la cabeza; a juzgar por su facilidad para defender la pelota, tenía un trasero de hormigón. Con Bebeto y Mauro, la sutileza y la potencia, se reconciliaban dos maneras antagónicas, y sin embargo complementarias, de ganar los partidos.
Pero, entre uno y otro, el Deportivo reunió todas las variedades posibles de crack. Alternativamente disfrutamos de Djalminha, un demonio que convirtió la diablura en un arte mayor; de Fran, un zurdo que regateaba con todos los pasos de la muiñeira; de Donato, el hombre que nos hizo entender el fútbol como forma de camaradería, o de Valerón, el hombre que nos ayudó a encontrar una conexión entre la sabiduría y la paciencia.
Sólo perdió por el camino a Rivaldo, un delantero tropical que llevaba el gol en los ojos. El Club supo ficharlo por anticipación, como los buenos marcadores ganan la pelota. Después lo lanzó a la fama, y sólo renunció a él cuando el Barcelona pagó su cláusula de rescisión, 4.100 millones de pesetas, en el último minuto del último día reglamentario. Lendoiro retiró de las oficinas de la Federación el cheque preceptivo, fue al banco, pidió ver al responsable de la sucursal, y se lo dejó caer sobre la mesa. Naturalmente, aquel hombre se puso pálido.
-No pensarás cobrarlo en efectivo, ¿verdad?
Dos años más tarde, en 1999, Rivaldo ganaría el Balón de Oro, pero la metamorfosis del Dépor en Super Dépor no se detendría.
Durante mucho tiempo nos ofreció el oro del fútbol: juego en lingotes o en monedas, juego de ley.
El destino le ha dejado a deber el cambio".
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