El dolor es invisible. Despliega su funesto manto sin alardes, con frialdad, sin fuegos artificiales, con severa e inevitable precisión. Ensombrece los rostros, empuja las lágrimas, convierte en plomo la liviandad de la existencia, nos ancla al suelo. La matemática oposición del vuelo anímico que nos regala el entusiasmo, el revés de ese momento mágico, por ejemplo, cuando gritamos gol solos pero placenteramente acompañados en las gradas del estadio. El dolor es eso que pasa cuando tu equipo desciende. Así de sencillo. Y es difícil aligerar las dudas, hacer breves las sospechas y seguir regalando tiempo, alegría y dinero a un club del que creemos que ya no nos merece.
Estuve en A Coruña hace unos días. Era día de partido. En la calle había gente, camisetas listadas de azul y blanco, alcohol en las terrazas y bufandas colgando de los cochecitos de bebé, pero algo olía a cerrado en la calle. Como un baúl que esconde las miserias familiares, como un diario que convierte al héroe en mezquino, al bueno en malo. La ciudad gallega está acostumbrada a la alegría, o al menos, la vacuna Djukic los inmunizó para el sufrimiento doméstico. Estar a punto de bajar era mucho menos dañoso que perder aquella liga. Con eso el Depor ha estado años alternando la gloria con la vulgaridad, pero siempre en un ambiente fértil, despreocupado, confiado y permisivo con la actitud –puntualmente indefendible- de Lendoiro y el desfile de entrenadores y jugadores que han convertido al SuperDepor en un equipo de media tabla con una historia breve en la élite breve pero maravillosa.
La ciudad se presta a eso. A ese maridaje entre fútbol y vida que convierte este deporte en algo realmente único. Sin embargo, la caída al pozo de la Segunda División el año pasado ha acabado con ese somnoliento clima de satisfacción y lo ha venido a sustituir por una membrana gris de indignación y hartazgo. Este fin de semana se enfrentan al Córdoba para intentar engancharse a la cabeza de la tabla. Oltra no da con la alineación perfecta en una plantilla que puede presumir de quilates en una categoría que siempre tiende al pragmatismo. Tres derrotas en ocho partidos no son un presagio de rápido retorno. El equipo no funciona, pocos goles y un juego deslavazado, sin profundidad y con una falta de talento que ni siquiera Valerón puede maquillar.
No es nuevo, hay mucha tristeza en la Liga Adelante, muchos equipos que han quedado hundidos en la brea del fútbol. El Tenerife acaba de despeñarse, como hace nada el Cádiz. Malviven Nastic, Recre, Celta, Murcia y Xerez, que hace poco recibían en su hogar a los distinguidos “clubes mayoritarios”. Más difícil que jugarla, esta categoría es difícil de entender. Asumir que el único éxito es retomar del lugar donde caíste es una sensación devastadora. Todo eso flotaba en el aire coruñés. O quise sentir mientras veía pasar a mi lado a cientos de aficionados partidos entre la pasión y el desasosiego.FUENTE DIARIOS DE FUTBOL, ANTONIO AGREDANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario